Hacia 1994 Jeanine Anderson había escrito un libro que causaría revuelo, Feminización de la pobreza en América Latina (Red entre mujeres). Significaba utilizar un acercamiento desde el enfoque de género con una conceptualización que resultaba novedosa para pensar los temas de cuidado, igualdad, mortalidad infantil y también acceso a educación. La cadena de pobreza que comenzaba con una mujer sola con muchos hijos que abandonaba sus estudios, y su vida y la de sus hijos se precarizaba. Esta imagen perduró y se volvió dominante en organismos internacionales que comenzaron a trabajar sobre pobreza y desarrollo local. El entrecruzamiento de género, ingreso socioeconómico, grado de instrucción llevó a pensar también espacios sociales y temas raciales. Era una pobreza que se asentaba y tomaba cuerpo y forma en ciertos sectores de la sociedad. Fue el tema que más adelante encontraríamos en programas y planes de desarrollo.

Tuve la suerte de tener a Jeanine como mi profesora en un curso sobre género en mi último ciclo de universidad. En el mismo semestre llevé otro curso de género con María Emma Mannarelli que, en ese tiempo, estaba realizando sus estudios de doctorado e investigaba sobre mujeres en la colonia, sobre los matrimonios, sus divorcios y relaciones extraconyugales, el deseo sexual y sus ataduras en trajes de tapadas. Eran los prolegómenos de lo que después sería Pecados Públicos (2004). Cuando ingresé a la universidad, acababa de salir Desborde Popular, de José Matos Mar. Lo leímos con el libro de Teófilo Altamirano sobre migrantes andinos y los clubes provincianos que comenzaban a tener presencia y posición en la ciudad. El trabajo de Manolo Marzal sobre esas nuevas religiosidades en la ciudad tomaba envergadura.

También leímos los libros Enrique Mayer y Marisol de la Cadena sobre cooperación y conflicto en los Andes, devoré las etnografías de Catherine Allen y Billie Jean Isbell; La sal de los cerros, de Stefano Varese me dio la certeza de haber tomado el rumbo correcto al decidir estudiar antropología, como también La visión de los vencidos, de Nathan Wachtel, Los ríos profundos, de José María Arguedas y recientemente reeditado, El laberinto de la choledad, de Guillermo Nugent. Pasé a facultad en el semestre que fallecía Tito Flores Galindo. No lo conocí, pero leímos arduamente cada uno de sus libros. Además, Buscando un inca había recibido el Premio de la Casa de las Américas. Pasé de Flores Galindo a leer a Carlos Iván Degregori, sus preocupaciones por comprender la violencia y esas capas o niveles de violencia se volvieron también las mías. Fueron los trabajos clásicos de Carlos Iván que luego serían reconocidos cuando fue llamado a formar parte de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. A Narda Henríquez la invitaron después cuando vieron que era imprescindible que se incorpore el enfoque de género en el Informe final de la CVR porque las entrevistas a profundidad comenzaban a arrojar evidencia que, en el caso de mujeres, nunca la tortura llegó sola sino con violencia sexual y ella era quien había trabajado sobre esos temas.

Todos estos son libros que me formaron, me enseñaron a pensar, a tomarme el tiempo de leer y aprender a discutir ideas. Me he centrado en libros de historia y antropología, o libros que leíamos en clases de antropología peruana. No estoy incluyendo esos otros libros que he leído tantas veces… Yo también escribo libros. Y el último que publiqué junto a Ximena Málaga Sabogal, Reparando Mundos: víctimas y Estado en los Andes peruanos (Fondo Editorial PUCP, 2021) se nutre en gran medida de tantos que leí y de una investigación etnográfica larguísima de varios años, que hoy ante la premura del “publish or perish” temo que no podría hacerse.

La importancia de lo social en las ciencias

Durante la pandemia, a la par que los números de fallecidos daban cuenta de la evidente desigualdad, la gravísima fragmentación social, la urgencia de entender vulnerabilidad más allá de indicadores como ingreso familiar, así como los determinantes políticos de las políticas públicas que pueden afectar la implementación de programas de salud como la vacunación, surgió y se popularizó el eslogan de “Sin ciencia no hay futuro”. El contexto de la pandemia hizo evidente la necesidad de fomentar la investigación científica en el país. Así como podemos decir que, sin ciencia, dígase investigación, no hay innovación (¿de dónde se crea si no hay una base sólida sustentada en la investigación?), podemos también sostener que sin ciencias sociales es imposible que esas innovaciones o investigaciones puedan aplicarse o ser apropiadas por los sujetos sociales.

Pensar que los sujetos sociales son seres pasivos dispuestos a recibir la merced de los favores de las innovaciones tecnológicas y de las voluntades políticas es no considerar que son personas que toman sus propias decisiones, que se apropian y resignifican los usos de las tecnologías digitales, por ejemplo, como hoy lo muestran los estudios sobre ciencia, cultura y tecnología o los trabajos de etnografía digital.

Además, y aquí el otro punto importante, no toda la investigación en ciencias sociales tiene un resultado o componente práctico inmediato. Las investigaciones arriba citadas, todas partieron de voluntades que buscaron comprender fenómenos sociales, trabajos que tomaron años en discusiones y debates, que muchas veces incomodaron también porque abrieron derroteros y formas para ayudarnos a comprender racismo, desigualdad, movimientos sociales, violencia, género, Estado, democracia, neoliberalismo… Partieron de algo básico en el caso de las etnografías que es tomar en serio y con respeto a las personas, lo que estas piensan, dicen, hacen, es comprender también sus formas de pensar diferentes. Los libros son muchas veces una forma de presentación de resultados de investigación, de elaboración de ideas, marcos conceptuales y más. Los libros tienen un valor importante que es contribuir a formar pensamiento crítico, a razonar y argumentar, en largo alcance. Los libros son también una invitación a la imaginación de hacer y pensar distinto.

El nuevo reglamento del Registro Nacional Científico, Tecnológico y de Innovación Tecnológica (Renacyt) del Concytec, aceptado en los días finales del periodo del presidente Francisco Sagasti, fue publicado en agosto de este año. Desde su difusión se emitieron algunos comentarios celebratorios respecto a los cuadros de evaluación y medición, y también desde ese momento la Universidad Nacional Mayor de San Marcos emitió una serie de comunicados buscando algunas consideraciones al mismo.

En el reglamento se reconoce la relevancia de contar con una base de datos de investigadores e investigadoras en el país; se reconoce que el espíritu que lo anime sea “Promover la labor científica, tecnológica y social de los investigadores en el marco de estándares mínimos de dedicación y calidad” (Artículo 2, numeral 2.1.). Si se mira el reglamento con detenimiento el valor o peso asignado a los libros y capítulos de libros, con desconsuelo se observa que estos aparecen muy por debajo de artículos científicos. Y si pasamos a los concursos de investigación de Concytec, las ciencias sociales solo aparecen en su versión aplicada. Me deja el sinsabor solo comparable a pretender reducir el sentido de universidad a producciones con resultados inmediatos. Cuando el valor de la universidad es generar conocimiento y eso es más que resultados puntuales. Generar conocimiento es formar ciudadanos y ciudadanas, es fomentar que tengan curiosidad y desarrollen preguntas que inviten a cuestionar lo dado, es estar a la vanguardia en investigación.

Por una comprensión que dé paso a todas las ciencias por igual

Hace pocas semanas el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec) celebró sus 53 años. Este aniversario muestra una importante trayectoria, se da en medio de una discusión sobre si debe o no crearse un Ministerio de Ciencia y Tecnología y con un nuevo reglamento de Renacyt. Pero el nuevo reglamento no muestra un ápice de comprensión sobre la especificidad de las ciencias sociales, sobre el valor de los estudios cualitativos o cuantitativos a profundidad y de la etnografía como enfoque y como método, no hay reconocimiento a la reflexión profunda que contribuye precisamente a pensarnos en y como sociedad. ¿Cómo entender el antagonismo político que hoy se vive sin mirar nuestra historia reciente? ¿Cómo comprender la desigualdad sin las historias coloniales de dominación y conflicto que luego dieron forma a la explotación de las haciendas o la incrustación racializada en el territorio? ¿Cómo comprender el papel de una Amazonía devastada sin incluir las formas cómo siempre este territorio ha sido pensado deshabitado, exotizado, como fuente de recursos inagotables, una suerte de Paititi épico y su forma de gobernanza que no hace más que replicar las viejas historias?

Renacyt requiere un esfuerzo adicional que es pensar desde lo complejo y desde lo diverso, lo que significa pensar por igual a todas las áreas de conocimiento sin privilegiar unas sobre otras. ¿Es eso lo que hará el Concytec al pretender estandarizar en sistemas de mediciones a todas las ciencias por igual sin reconocer la especificidad de cada área de conocimiento?

Es importante el trabajo que desde hace unos pocos años viene desarrollándose en Concytec con sus concursos de investigación, su inversión para que más estudiantes peruanos sigan sus estudios de posgrado, porque sí necesitamos esa masa crítica para tener más y mejores investigaciones en todos los campos del saber. Es valioso el trabajo como sistema de calidad que lleva adelante Renacyt. Pero, solo pido que se demoren un poco y hagan los ajustes necesarios para tomar en consideración el valor de lo diverso de todas nuestras áreas de conocimiento. El desarrollo no llega solo de la mano con tecnología porque no todas las personas piensan el bienestar en esos términos. Hoy más que nunca hay personas para quienes su bienestar es gozar el derecho de poder decidir sobre sus territorios, que se respeten sus bosques, sus ríos, sus lagunas, y sus cultivos. Equidad en derechos es también desarrollo.

Por ello es necesario que el mayor órgano de ciencia y tecnología del país reconozca las distintas maneras de hacer investigación y también de mostrar los resultados o productos de investigación. Unas veces serán libros, otros capítulos, otras veces publicaremos artículos en revistas/journals, como en otros lenguajes, como puede ser el audiovisual y el artístico. Nadie busca retroceder. Pero sí que se reconozcan por igual esas otras producciones que resultan de largos procesos de investigación y que muchas veces, como todos los libros que mencioné al inicio, continúan leyéndose con avidez porque están vigentes.