Escriben: María Eugenia Ulfe y Ximena Málaga Sabogal
¿Cómo te sentirías si la foto del entierro de tu papá, tu mamá, tu hijo o hija apareciera de pronto en paneles enormes en la capital? ¿Qué sentirías si la imagen de tu comunidad apareciera enmarcada en un anuncio luminoso enorme y nadie se preguntara por las personas que padecieron el dolor de la pérdida de sus seres queridos?
Pasaron ya unas semanas desde que Lima se vio empapelada de paneles enormes cuya autoría nadie clama y que llaman a votar “en contra del comunismo”. Si bien muchas y muchos nos indignamos por esta narrativa monolítica y terruqueadora, dejamos de hacer caso a piezas de propaganda que probablemente solo sirvan para arengar a los ya convencidos. Pero el Perú electoral es un universo de excesos y dicotomías divergentes. Al parecer, siempre se puede caer más bajo. Los paneles que aparecieron esta vez dieron un paso más allá: las ya familiares frases (“¡No al comunismo!”, “Piensa en tu futuro”, etc.) fueron reemplazadas por un mensaje más contundente. “No a la liberación de terroristas”.
¿Reconoces la foto? ¿Sabes lo que representa? Son ataúdes blancos. Decenas de ataúdes blancos en las que fueron depositados los restos exhumados de las víctimas del ataque senderista que tuvo lugar el 3 de abril de 1983 en Lucanamarca, Ayacucho. Incluso para quienes saben poco de lo que pasó en Ayacucho y otras regiones del Perú durante el Conflicto Armado Interno, Lucanamarca es un nombre que “suena”. Pero ¿significa algo más? Cuando se estaban por cumplir 30 años de la masacre, en el 2012 escribimos dando cuenta sobre los usos y abusos políticos del caso Lucanamarca y sus memorias. En ese momento una alianza parlamentaria proponía que el 3 de abril de 1983 sea declarado como el día nacional contra el terrorismo. Lucanamarca no es solo el lugar de una masacre. Es una comunidad de personas que se rebelaron a Sendero Luminoso y fueron brutalmente reprimidos, y donde luego ingresó el Ejército para hacer leña de lo que quedaba. Es una comunidad que sobrevive al olvido del país mismo y donde cada 3 de abril hay una romería para visitar a sus muertos. Si tanto interés tienen en usar su imagen, ¿por qué mejor no los y las invitan a que cuenten sobre su historia?
Es perverso ese intento de tomar el lenguaje de la memoria por asalto sin importar el dolor de las personas. Hay una gran distancia entre la imagen del anuncio luminoso y las personas, entre el uso de esa imagen y su origen, entre quienes la ven en ese panel descontextualizado y resignificado por unas elecciones polarizadas y quienes padecieron los hechos de sangre.
Desde las elecciones de 2001, la memoria emerge como agente activo del recuerdo de la violencia. El mismo anuncio luminoso que usa la imagen del desfile de ataúdes de Lucanamarca, tenía antes otra frase: “La paz que hoy vivimos se pagó con la sangre de muchos peruanos”. ¿Fue necesaria la muerte de las 69 personas en Lucanamarca? Recordamos conversar con la hija del señor Antonio Quincho quien con mucho dolor nos contó sobre sus familiares asesinados y sobre seguir sin encontrar explicación alguna del porqué asesinaron a su hijo de 3 años.
Es burdo el intento de reescritura de la historia que se pretende desde ciertos sectores. La paz se alcanzó precisamente por hechos heroicos que nacieron desde las propias comunidades rurales como Lucanamarca, Sacsamarca, Huanca Sancos, que desde inicios de 1983 expulsaron a Sendero Luminoso de sus comunidades. Sacsamarca acaba de ser reconocida como pueblo benemérito que luchó por la pacificación nacional. La paz se alcanzó en trabajo conjunto con sus rondas y comités de autodefensa. ¿Qué historia se pretende contar? ¿Fue necesaria esa violencia desde el Estado que arribó en forma de bases militares en la zona? ¿Se pretende con esas frases de cárteles luminosos legitimar las graves violaciones a los derechos humanos que se perpetraron desde el Estado y las fuerzas del orden?
Lo irónico de los autoritarismos de toda calaña es que finalmente se parecen entre ellos, ya que terminan adoptando características similares. Cuando Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, emitió un famoso discurso titulado “Somos los iniciadores”, se colocaba a sí mismo y a su movimiento como génesis de la palabra, la acción y, por lo tanto, de la historia. “No hay violencia política sin discurso. La gente necesita convencerse (y/o ser convencida) para ejercerla” decía Carlos Iván Degregori, quien dedicó años a intentar comprender la violencia que azotó al Perú en los años 1980 y 1990. Guzmán se concibió a sí mismo como un cosmócrata – un ser omnipotente y omnipresente que podía disponer a su antojo de las realidades humanas que lo rodeaban – y la violencia en Lucanamarca fue una muestra de ello. Pero parece que los cosmócratas no quedaron en Guzmán, sino que también los encontramos hoy manifestándose a través de carteles luminosos, haciendo eco a ese mismo discurso que dicen repudiar pero al cual imitan, usufructuando el dolor de las personas.
Otra banda del mismo cártel dice “Decir la verdad no es agredir”, nosotras queremos usar esta frase para señalar que estos anuncios ponen en entredicho esa verdad a la que apelan. Los deudos y las deudas por los casos de desapariciones forzadas siguen esperando justicia y verdad. Los casos de las mujeres esterilizadas durante el gobierno fujimorista siguen esperando justicia y reparaciones. Los procesos judiciales de atrocidades perpetradas por miembros de fuerzas del orden siguen esperando que se les conceda audiencias, que en estas se permita hablar en quechua y su idioma materno, que no les aplacen más sus casos. Quieren saber qué les sucedió a sus seres queridos, quieren que quienes cometieron esos delitos asuman las responsabilidades de sus actos y paguen por estos.
“Decir la verdad no es agredir” y por ello mismo, decimos en voz alta: ¡basta ya de usar el dolor de los demás! El dolor de las personas merece respeto, sus casos merecen justicia y sus memorias no pueden ser banalizadas en anuncios publicitarios.
(Foto abridora: María Eugenia Ulfe, agosto de 2011)