Acostumbrados a años de una política fujimorista sin Alberto Fujimori, de un estilo de embarra, hunde, miente que así se elimina al opositor... Esta cultura política está enquistada bajo ciertas formas y en muchos lugares, y hace que las preocupaciones centrales cedan a la inmediatez y la reproducción casi mecánica de frases que se repiten. Deja de formularse las preguntas importantes y de prestar atención a lo que sucede más allá de sus narices para focalizarse en el gurú político del momento y aceptar todo lo que (generalmente) él dice a ciegas, casi sin cuestionamiento. Así, por un lado, se dice que se busca comprender, pero en realidad lo que vemos son repeticiones, bolitas mágicas, los mismos rostros y las mismas frases hechas. Por el otro, quedarán las investigaciones que nadie lee y que ahora comenzarán a buscarse para tratar de entender por qué tenemos este nuevo Congreso de la República.  

A inicios de la década de 1990 no éramos un grupo de hippies antropólogos haciendo trabajo de campo en el km 22 de Cieneguilla, más bien lo que hacíamos era tratar de entender qué hacía ahí un grupo de varones y varonas dirigidos por un señor de gran barba, que rodeado de mujeres, tomaba mucha inca kola, se reclamaba el Cristo de occidente (pues el histórico –decía– era el Cristo del oriente), se decía que era un inca y proclamaba el fin del mundo y que el único lugar para salvarse era la Amazonía. El señor procedía del adventismo, que ya desde los años 1970 y 1980 tenía muchos adeptos en el país. El objetivo de mi tesis de licenciatura en antropología en ese momento no era sino comprenderlos, con el fin de “entender y vislumbrar la estructura y comportamientos de otros movimientos similares, que muchas veces han desestabilizado a la sociedad por considerarse `los verdaderos dueños de la verdad´,” (Ulfe 1994: 9*). 

Salíamos de dos décadas de violencia subversiva y entrábamos en los peores años del autoritarismo y la corrupción fujimorista. Pero ese salir de la violencia no era uniforme, muchas comunidades y lugares en el país siguieron en guerra y las condiciones de la guerra nunca fueron discutidas. Pasamos a abrazar el sistema económico y político neoliberal, a tener un crecimiento económico que, en vez de chorrear para todos, se concentraba una vez más en quienes más tenían. La historia reciente quedó encarpetada solo para despertarse como fantasma en las elecciones presidenciales de los siguientes años.

Así, entre los cerros de Cieneguilla cada sábado llegaban más varones y varonas dispuestos a celebrar los holocaustos, cantar y recitar el Antiguo Testamento y tocar las trompetas. Dispuestos, también a salir a predicar. A Ezequiel Ataucusi le hice dos entrevistas con Juan Ossio y Alex Huerta Mercado. Una el 22 de enero de 1994 y otra el 25 de junio del mismo año. En la primera, Ezequiel se reclamó a sí mismo como el mesías, pero un mesías andino: “Sí, yo pertenezco a la familia de los incas –respondió Ezequiel a la pregunta de si él era identificado con el Inca– precisamente. Por eso hablo del Tahuantinsuyu, por eso yo conozco muy bien que ellos tenían el Espíritu Santo. Eran religiosos y son mis hermanos. Pertenezco a la tribu de ellos” (Ulfe, 1994: 111) . 

En la segunda entrevista, Ezequiel contó sobre los proyectos de la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal (Aeminpu) en la selva. Esta fue fundada en 1983 y el Frente Popular Agrícola del Perú (Frepap) nace en 1989, para las elecciones de 1990. El mito del Inkarrí y el relato de Manco Inca perdido en la selva cusqueña se entremezclan en la segunda conversación, en la que él cuenta: “Actualmente existe un pueblo de los incas. La ciudad de los incas es bien iluminados (sic). Eso, está de Cusco, más o menos de 2 a 3 km, cerca de la montaña… creo que se llama Iquique… el pueblo no parece inca. Está dentro del cerro, como en forma de bóveda. Pero en un subterráneo grande. Hay agricultura, ahí están trabajando juntos, estaremos con los 14 incas” (Ulfe 1994: 111-112).

El proyecto de colonización de la Amazonía había comenzado casi desde la creación de la Aeminpu. Ya a inicios de la década de 1990, Ezequiel había edificado una asociación vertical. La Casa real con espacio para las panaderías, los holocaustos, los huertos, tenía también los centros de capacitación bíblica (Cecabi), que eran alojamientos para quienes llegaban de provincias a la capital. Había ya israelitas en Argentina, Colombia, Ecuador, Brasil y Bolivia en ese momento. En Lima había Cecabis en varios puntos de la ciudad; funcionaron como albergues para niños y niñas que llegaban sin hogar, y que ¬–luego hemos visto por las noticias– fueron espacios de ejercicio de violencias.

No basta con decir que el Congreso que tenemos refleja hartazgo de la política o de los políticos tradicionales. Primero, ¿qué es a estas alturas un político tradicional si ya desde 1990 ganó un movimiento político? Segundo, ¿cómo desmenuzamos y entendemos el hartazgo? No basta repetir lo que suena bien con las manos cruzadas y la mirada seria para que sea creíble. ¿Cómo lo caracterizamos? ¿Qué es ese hartazgo? No es solo vacío de poder; tampoco que el Estado no haya llegado y opere en todo el país o que hay un Perú oficial y otro que está ahí lejos. Esas frases hechas son en gran medida, parte del problema. Se repiten categorías sin mayor reflexión y no sabemos cuáles fueron los contextos en los que fueron concebidas o qué es lo que ayudaron a explicar.

Vuelvo a Carlos Iván Degregori, quien decía que si hay escuela o carretera o, como sucede hoy, llega algún programa social, hay Estado. No es que no exista, sino que es ineficiente, negligente. Y muchas veces hace que las distancias (socioculturales) se vuelvan mayores. Lo que nos falta es que esa investigación seria se lea, se comparta, se difunda; el trabajo de campo y la etnografía de quienes pasamos horas conversando con las personas, mirando y escuchando atentamente qué dicen, qué piensan, qué hacen, si hay correlaciones o contradicciones entre lo que se dice que se hace y lo que realmente se hace, y demás. 

Así, no solo entenderíamos mejor que la Aeminpu es la base del Frepap y que actúan organizadamente desde los años ochenta. O, como lo explica la tesis de Maestría en Antropología de Abdul Trelles en la PUCP, tuvo un importante capital humano organizado en las pasadas elecciones en Andahuaylas. Así entenderíamos mejor, como señala Carla Granados, quien realiza sus estudios doctorales en antropología en Francia, que los niños soldados que fueron obligados a hacer servicio militar obligatorio en los años de la guerra fueron sometidos a mil vejámenes y violencias y ellos mismos las ejercieron sobre otras y otros peruanos, esos niños soldados fueron eso antes que ciudadanos y hoy acompañan a Antauro Humala en su Unión por el Perú. 

Tal como Sendero no vino de Marte, la Aeminpu y la UPP son también producto nacional. ¿Por qué no miramos más bien cómo la distancia entre Lima y sus regiones es cada vez mayor? ¿Cómo para conocer el país no basta con darte un baño de popularidad comiendo pan con chicharrón o visitando un mercado? El hartazgo tiene muchas formas y nos retumba al oído desde que sucumbimos a dejar de hacernos las preguntas lacerantes, como dice la escritora y antropóloga cusqueña Karina Pacheco, esas preguntas que molestan, que suenan a crítica, que te hacen volver sobre lo que hemos vivido en este país desde hace 40 años y que hoy más que nunca se vuelven importantes.


* Ulfe, Expresiones alternativas de la religiosidad peruana, Tesis de licenciatura en Antropología, PUCP, 1994.